La
agricultura, como actividad característica y caracterizadora del mundo
rural, no ha dejado de perder peso económico y social en España durante
el último medio siglo. En el año 2006 la contribución del sector agrario
al Producto Interior Bruto ha sido sólo del 3,5 % y la población activa agraria,
que hace treinta años suponía el 20 % del total, apenas supera ahora el
5 % y no deja de descender. Pese a estos datos tan modestos, la
agricultura española se ha modernizado notablemente, con elevados índices de mecanización,
y ha mejorado mucho su productividad, aunque menos que otros sectores
productivos, de ahí su pérdida de posición relativa. Además, es la
actividad que utiliza y gestiona actualmente casi el 90 % de la
superficie geográfica (más de 44 millones de hectáreas), siendo el
segundo país de la Unión Europea (UE), muy cerca de Francia, en superficie agraria censada.
A
la producción agraria, y dentro del sector primario, suele asociarse la
pesca. España ocupa un lugar destacado en el mundo y en la UE por volumen de capturas;
el descenso de éstas en los últimos 20 años, de más de 1 millón de
toneladas en 1987 a 711.000 en 2006, se ha compensado con la producción
procedente de la acuicultura, en la que España es primer país productor de la UE. Se trata de una actividad innovadora e industrial, que contrasta con los sistemas tradicionales de marisqueo, por ejemplo el de la captura del percebe.
La
actividad agraria se organiza en España, según los últimos datos
censales, en algo más de 1,7 millones de explotaciones, frente a los
casi 3 millones existentes en 1962. La estructura agraria española sigue
siendo fuertemente desequilibrada, con un claro predominio de
minifundios y explotaciones familiares en las tierras del norte, en el
litoral mediterráneo y las islas, y un protagonismo de latifundios y
grandes empresas en las regiones del sur. Los titulares de las explotaciones
son mayoritariamente personas físicas, pero es importante también la
superficie en manos de entidades públicas (ayuntamientos, comunidades
autónomas, diputaciones y Estado), sobre todo en la España del norte y
Canarias, y de sociedades mercantiles, especialmente en las agriculturas
más dinámicas y empresariales del sur de la Península. Junto al
descenso ya señalado de la población activa agraria, llama la atención
el acusado nivel de envejecimiento
de los titulares de las explotaciones, con más de un 30 % de más de 65
años y un grave problema para el mantenimiento futuro de las mismas,
sobre todo en las agriculturas extensivas del interior peninsular. El
trabajo familiar, dominante en la mayoría de las explotaciones, se
completa con trabajo asalariado fijo y eventual,
siendo éste último muy importante en las grandes fincas olivareras y
vitícolas del sur, y en los nuevos regadíos intensivos del sureste,
especialmente en las provincias de Murcia y Almería, con una
participación significativa de mujeres y de inmigrantes.
Del
total de la producción agraria española, casi un 40 % corresponde al
sector animal -a la ganadería-, que no ha cesado de crecer en los
últimos años, y el 60 % restante, al sector vegetal. La cabaña y la organización de los sistemas ganaderos
presenta en España una clara diversidad regional en función de aspectos
agroclimáticos, empresariales y culturales. En las provincias húmedas
del norte, con ricos pastos y prados, domina el ganado bovino de
orientación láctea o mixta, frente al predominio del vacuno extensivo de
carne y el porcino ibérico de las tierras adehesadas del oeste y
suroeste peninsular. Llama poderosamente la atención el gran peso de la ganadería industrial porcina y avícola, que sitúa a Cataluña, y dentro de ella a Lleida, a la cabeza del sector ganadero en España.
El clima, a veces con episodios meteorológicos catastróficos, el relieve y los suelos, unidos a una larga historia de ocupación y organización del espacio rural permiten explicar el rico mosaico de sistemas y paisajes agrarios de España. Se trata de un valioso patrimonio ambiental y cultural, además de económico, con hermosas expresiones estéticas y literarias. Los usos del suelo,
con distinta participación de cultivos, pastos y terrenos forestales
según áreas geográficas, constituyen probablemente la expresión más
visible de la diversidad paisajística del espacio rural. Un dato
importante en lo que a usos y sistema agrarios se refiere es la
expansión contemporánea de las tierras de regadío, que superan en la actualidad los tres millones de hectáreas, y que contrasta con el tímido avance hasta hoy de la agricultura ecológica, con un muy bajo porcentaje todavía de tierras afectadas, aunque con un número creciente de operadores.
Los paisajes agrarios se definen como la morfología que presenta el espacio rural. Resulta de la combinación del medio natural (factores físicos) con la actividad agraria practicada (factores humanos)
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